Las estrellas palidecen by Karl Bjarnhof

Las estrellas palidecen by Karl Bjarnhof

autor:Karl Bjarnhof [Bjarnhof, Karl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1956-01-01T00:00:00+00:00


XIII

TUVIMOS un huerto aquella primavera y el verano. Un huerto bastante bueno con patatas, berzas y zanahorias, no con flores ni otras cosas bonitas. Se habló de plantar coliflores, pero mi padre no conocía estas rarezas.

—Cuando yo estaba en Suecia, aún no se habían inventado —decía—. Lo que sí teníamos era perejil.

Mi madre movía la cabeza, pero tampoco ella entendía de esas cosas.

—Podíamos escribir a mi tía Emma —propuso mi padre—. Ella entiende mucho de plantas.

—Ya nos arreglaremos —dijo mamá.

—Lo decía sólo porque así tendría un motivo para escribirle —se disculpó mi padre.

Los días eran muy cortos y había mucha gente en Norremarken, gente nacida y criada en el campo que se había marchado a la ciudad en busca de trabajo y que ahora volvía para cultivar sus pequeñas parcelas de tierra.

Nos íbamos al huerto casi todas las tardes. Siempre había algo que hacer allí.

—¿Qué hacemos con las fresas? —dijo mi padre—. Podríamos tenerlas ya el año que viene.

—Se venderían bien —dijo mi madre.

—Quizás… Pero yo pensaba…

—Ya. Podríamos guardarle al niño media libra.

—Muy bien.

No siempre podía venir mi madre con nosotros. Tenía su trabajo de las bolsas y que hacer la limpieza en casa del abogado. Pero íbamos sin falta mi padre y yo. Subíamos la senda a través del bosque.

—Mira —me dijo una vez mi padre— aquel es el árbol del que se colgó el tonelero cuando no pudo encontrar ya trabajo.

Era una haya que se elevaba a la izquierda del camino. Parecía una haya como todas las demás, y era difícil distinguirla de las otras que la rodeaban. Pero cuando regresábamos a casa, y ya estaba todo muy oscuro, daba miedo pasar cerca de ese árbol.

—Y aquí fue donde Jacob Hedehus atacó a aquella muchacha, por lo cual lo metieron en la cárcel —dijo mi padre cuando pasamos junto a una estrecha vereda bordeada de zarzamoras—. Creo que fue en un calvero aquí cerca. Aunque es extraño qué podía estar haciendo ahí esa muchacha si no era esperar a que Jacob la atacase… —añadió mi padre.

Tanto cuando íbamos al huerto como a la vuelta, no nos dábamos prisa. Nos sentábamos en todos los bancos que encontrábamos por el camino. Nos sentábamos a escuchar el canto de los pájaros o el silencio.

—Es que no conocemos los nombres de todos los pájaros —me decía mi padre— y aunque los supiésemos, serían pájaros distintos a los de Suecia. Hay aquí muchas cosas diferentes a las de Suecia.

Mientras estábamos sentados, mi padre fumaba su pipa. Aquel día llevábamos una cesta con las primeras patatas que habíamos recogido en el huerto.

—Son unas patatas preciosas —decía mi padre—. Creo que nunca las he visto más bonitas.

Otras veces encontramos a algunos conocidos que se nos acercaban sólo para reírse de mi padre cuando decía potatis. Les parecía muy divertido que no le hubieran enseñado a decir patatas.

Jugaban en el campo de fútbol. Estaban allí Rudolf y Marentcius. Me hubiera gustado jugar con ellos. Me parecía muy entretenido jugar al fútbol.

—Si quieres jugar —me dijo Rudolf— has de quitarte esas gafas azules.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.